Guantánamo: Las historias de tres jordanos y un
afgano inocentes, recién liberados
6 de noviembre de 2007
Andy Worthington
La noticia de que otros once detenidos han sido liberados de Guantánamo se produce
durante un resurgimiento de los rumores de que la administración Bush está
tratando de cerrar la prisión, y el New
York Times informa de que se están discutiendo planes para
"revisar el procedimiento para determinar si los detenidos están
debidamente retenidos, concediéndoles representación legal en las audiencias de
detención y otorgando a los jueces federales, y no a los oficiales militares,
el poder de decidir si los sospechosos deben ser retenidos". La intención,
se nos dice, es encontrar la manera de trasladar a los detenidos más peligrosos
a tierra firme.
Estas discusiones son claramente una respuesta a los temores dentro de la administración de que el inminente
enfrentamiento en el Corte Supremo sobre Guantánamo pueda llevar a que los
detenidos "ganen ... aún más poder para desafiar su detención", pero
sigue siendo evidente que cerrar la prisión es mucho más fácil decirlo que
hacerlo. El candidato a Fiscal General Michael Mukasey, que ha sido objeto de
críticas por negarse a condenar el ahogamiento simulado, ha indicado, por
ejemplo, que su objetivo sería cerrar Guantánamo "porque nos está haciendo
daño" y porque "nos ha puesto el ojo morado", pero también ha
admitido que "no hay una solución fácil" a la espinosa cuestión de
qué hacer con los detenidos.
Según las últimas estadísticas citadas por los funcionarios, la administración sigue teniendo la
intención de iniciar juicios por crímenes de guerra contra "80 o más"
de los detenidos, y considera que otros "120 o menos" son demasiado
peligrosos para ser repatriados. Dejando de lado, por ahora, la arrogancia anárquica
de la intención de la administración de retener indefinidamente a estos 120
hombres, sin acusación ni juicio, debido a afirmaciones militares irrefutables
de que son una amenaza para la seguridad estadounidense, siguen existiendo
graves dificultades para repatriar a aquellos que no son considerados aptos
para ser juzgados por una Comisión Militar, o que son considerados
"demasiado peligrosos para ser repatriados", pero no lo
suficientemente peligrosos como para ser acusados.
Con 450 detenidos ya liberados de Guantánamo (el 58% de la población total), los 124 detenidos
restantes que la administración dice querer liberar son, en docenas de casos,
hombres que han sido autorizados a ser liberados desde hace al menos dos años,
pero que siguen retenidos bien por temor a ser sometidos a tortura (o a algo
peor) si son devueltos a sus países de origen, bien por una inexplicable
inercia por parte de las autoridades estadounidenses.
Sin duda, la inercia parece haber influido en el retraso de la liberación de los ocho afganos que
formaban parte de la última tanda de detenidos liberados. Sólo uno -Izatullah
Nasrat- ha sido identificado, pero fue exculpado tras la primera ronda de
revisiones (que en su mayor parte tuvieron lugar en 2005), e, incluso con estas
últimas liberaciones, permanecen en Guantánamo otros ocho afganos que han sido
exculpados durante al menos nueve meses. El desmesurado retraso en la
liberación de estos hombres se hace más patente cuando se analiza más
detenidamente la historia de Nasrat.
Líder tribal de la provincia de Paktika, en el sureste de Afganistán, Nasrat supervisó la recogida
de armas de su pueblo, a petición de los estadounidenses y del gobierno de
Hamid Karzai, y se encargó de custodiarlas en un recinto. Traicionado por un
rival, que contó una historia falsa sobre él a las fuerzas estadounidenses, fue
entonces detenido y enviado a Guantánamo, junto con su padre, Haji Nasrat Khan.
Líder tribal hasta que la enfermedad lo dejó prácticamente confinado en casa,
Khan fue apresado tras preguntar qué le había ocurrido a su hijo, y fue
liberado en agosto de 2006, cuando tenía 72 años.
Cuando se trata de los otros tres detenidos que acaban de ser liberados -los tres últimos jordanos en
Guantánamo (de un total de ocho)- se pone de manifiesto otra verdad
inquietante: que, a pesar de su discurso sobre la justicia, la administración
también basa sus decisiones sobre a quién liberar en maniobras políticas. Esto
se puso de manifiesto a principios de este año, cuando un análisis de los 32
detenidos saudíes puestos en libertad en julio y septiembre reveló que ninguno
de ellos había sido autorizado por una junta de revisión militar, y parece
haber influido en la repentina puesta en libertad de los tres jordanos, sólo
uno de los cuales, Osama Abu Kabir, había sido realmente autorizado. Sólo puedo
preguntarme si el rey Abdullah ha recibido un favor a cambio de su cooperación
en Irak o en el condenado proceso de paz palestino-israelí o, lo que es más
preocupante, en la guerra propuesta con Irán.
Osama Abu Kabir con
sus hijos Abdel Aziz y Usaid en su casa cerca de Ammán el 11 de noviembre de
2007. Foto © Reuters.
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Osama Abu Kabir, de 31 años de edad en el momento de su captura, era uno de los ejemplos más claros de
yihadista ingenuo que nunca había levantado un dedo contra los estadounidenses.
Conductor de profesión, que también vendía ropa con su esposa desde su casa,
contó a su junta de revisión que había viajado a Raiwind, en Pakistán, para
asistir a la conferencia anual de la vasta organización misionera mundial
Jamaat-al-Tablighi (considerada una tapadera del terrorismo por las autoridades
estadounidenses, a pesar de contar con varios millones de miembros), y que
luego había pasado un mes predicando, cuando de repente se convirtió a la idea
de la yihad debido a "la emoción y el entusiasmo del pueblo afgano"
en una manifestación con la que se encontró inesperadamente. "Todos
llevaban pancartas, tenían escritos en las camisetas", dijo. "Era su
amor lo que había visto. Puedo explicártelo, pero no entenderás lo que sentí
aquel día". Sin embargo, explicó que, a pesar de esta conversión al
espíritu de la yihad, nunca tomó las armas, "nunca conocí a nadie de los
talibanes, de Al Qaeda ni de ningún otro grupo", y que fue capturado por
la Alianza del Norte en Jalalabad, adonde huyó tras llegar a Kabul dos días
antes de que cayera la ciudad, y encarcelado durante cuatro meses y medio en
Kabul antes de ser entregado a los estadounidenses.
Los otros dos hombres ni siquiera habían coqueteado con la idea de la militancia. Ahmed Sulayman, que
tenía 40 años en el momento de su captura, fue captado por cazarrecompensas en
Pakistán, ávidos de la recompensa -5.000 dólares de media- que ofrecían los
estadounidenses por sospechosos de pertenecer a Al Qaeda y los talibanes.
También miembro de Jamaat-al-Tablighi, a la que describió con precisión como
una "organización de ayuda" que "no tiene ninguna maldad; sólo
hace trabajo misionero y llama a la gente al Islam", trabajó para la
Organización Islámica Internacional de Ayuda (IIRO), una organización benéfica
saudí que también es considerada por las autoridades estadounidenses como una
tapadera del terrorismo. Sulayman describió la IIRO como una organización que
"ayuda a los pobres, a los inmigrantes y a los huérfanos y da de comer a
la gente durante el Ramadán y el Eid ul-Adha", y mientras los presos de
Guantánamo eran objeto de las acusaciones más espurias sobre la organización
benéfica -que, hay que señalar, no está en realidad en la lista negra de
Estados Unidos-, la IIRO proporcionaba paquetes de ayuda a las víctimas del
tsunami de 2004 en el sudeste asiático y a algunas de las zonas más remotas e
inaccesibles de Pakistán afectadas por el terremoto de 2005.
Clive Stafford Smith, director jurídico de Reprieve, que
representa a decenas de detenidos de Guantánamo, visitó a la familia de
Sulayman en Jordania en 2005, y explicó que el trabajador benéfico, que tiene
nueve hermanos y nueve hermanas, trabajaba para la IIRO como profesor, y había
"trasladado a su familia a un minúsculo pueblo cerca de Peshawar, a cuatro
horas a pie de la carretera principal más cercana, para ayudar a enseñar a los
más pobres entre los pobres de allí". Informó de que "era tan querido
que, cuando enfermó de meningitis, los lugareños pagaron sus facturas del
hospital y se negaron a que su familia se las devolviera", y también
declaró que, durante la invasión liderada por Estados Unidos, Ahmed continuó
con su trabajo, pero que "una mañana, salió de casa para ir a trabajar y,
simplemente, no volvió". Su mujer se preocupó de que la meningitis hubiera
reaparecido y llamó a los hospitales. Seis meses después, la familia recibió la
noticia de que Ahmed estaba en Guantánamo".
Ibrahim Zeidan, de 25 años, fue víctima de secuestradores aún más ambiciosos. Tras viajar a
Afganistán en 2000, con el dinero que había ahorrado de su trabajo como pintor
de casas, para visitar a su hermano, que enseñaba el Corán y la sharia en
Khost, declaró que permaneció en Afganistán hasta la invasión liderada por
Estados Unidos, cuando fue capturado por un grupo de afganos, que lo
encarcelaron, torturaron y exigieron a su familia un rescate por su liberación.
Clive Stafford Smith, que también visitó a su familia en Jordania, declaró que
Zeidan trabajaba en realidad en Kabul para una organización benéfica saudí en
el momento de su captura, y que fue secuestrado antes incluso de que la guerra
llegara a la ciudad. La banda que lo secuestró "al parecer esperaba una
recompensa mucho mayor que la ofrecida por Estados Unidos", porque trabajaba
para "una acaudalada organización benéfica saudí", y llamó a su
familia exigiendo un rescate de 150.000 dólares, diciéndoles que "le
extirparían los órganos uno a uno" si no pagaban. Aunque la familia hizo
un llamamiento en un periódico jordano y recaudó varios miles de dólares, no
hubo forma de reunir el dinero exigido por la banda, pero al cabo de ocho
meses, según Zeidan, consiguió escapar de su prisión, pero luego fue capturado
en Jalalabad, en julio de 2002, por funcionarios del gobierno que lo entregaron
a los estadounidenses.
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Lamentablemente, hay más historias sombrías que contar sobre estos hombres -en particular, sobre
el trato que recibieron bajo custodia estadounidense en Afganistán y
Guantánamo, como se explica en mi libro The Guantánamo Files: The Stories of
the 774 Detainees in America's Illegal Prison, pero parece más pertinente, por
ahora, destacar simplemente las circunstancias de su captura. La deprimente
conclusión que cabe extraer de estas historias es que, a pesar de los rumores
de que la administración estadounidense espera cerrar Guantánamo, sigue
reteniendo sin cargos ni juicio a hombres que, para empezar, nunca deberían
haber sido encarcelados, y mucho menos haber perdido años de su vida en una
prisión experimental de extraordinaria desolación e inhumanidad.
POSDATA: Uno de los abogados de Guantánamo acaba de informarme amablemente de
las identidades de otros dos de los afganos liberados. Al repasar sus
historias, se observa que ninguna de ellas desvirtúa mi conclusión anterior.
El primero de ellos, Abdul Nasir (nacido en 1981), era alumno de una madraza. En su comparecencia
ante el tribunal, explicó que otro estudiante, un miembro pakistaní de los
talibanes, le había engañado para que participara en un ataque con cohetes
contra una base estadounidense. Tras entregarse a las autoridades y entregar
las balas y granadas que le habían obligado a llevar, fue trasladado a Bagram,
donde, al igual que muchos otros detenidos cuyas historias se recogen en Los
archivos de Guantánamo, describió cómo le mantenían en dolorosas posturas de
estrés: "Tuve que permanecer de pie durante diez días, 24 horas al día...
porque soy humano y me canso... me esposaron y me ataron allí con las manos por
encima de la cabeza". Añadió que pensaba que tal vez le habían escogido a
él para darle un trato especialmente malo porque los estadounidenses "no
podían atrapar ni detener a [las] otras personas."
El segundo hombre, Mohammed Quasam (nacido en 1977), fue capturado por las fuerzas estadounidenses
en su domicilio de Zormat, en la provincia de Paktia, al este de Afganistán. Al
parecer, se le identificó como responsable de las operaciones de Hezb-e-Islami
Gulbuddin en Jalalabad (operaciones dirigidas por el grupo miliciano encabezado
por Gulbuddin Hekmatyar, el señor de la guerra virulentamente
antiestadounidense que, irónicamente, había recibido la mayor parte de la
financiación estadounidense durante la guerra contra la Unión Soviética), pero
él declaró que nunca había estado en Jalalabad. Añadió que había sido traicionado
por un enemigo personal de su familia -un alto cargo talibán llamado Nur
Mohammed- que se oponía a su padre, porque éste había trabajado en el último
gobierno comunista.
Ambos hombres fueron puestos en libertad tras la primera ronda de las Juntas Administrativas de
Revisión anuales (a principios de 2006, a más tardar), pero, según mi fuente,
aunque Izatullah Nasrat fue uno de los relativamente afortunados pocos
detenidos a los que se permitió permanecer en el campo 4, con sus dormitorios
comunales y sus limitadas instalaciones recreativas, Quasam fue recluido en el
campo 5, supuestamente reservado a los detenidos considerados peligrosos o con
un importante valor para los servicios de inteligencia, y Nasir fue recluido en
el campo 6, el bloque construido más recientemente, donde todos los detenidos
-incluidos muchos otros cuya puesta en libertad ha sido autorizada- permanecen
en régimen de aislamiento durante 22 ó 23 horas al día.
Dado que todos estos hombres son tan claramente inocentes, espero que su regreso -como el de muchos
otros detenidos afganos recientemente liberados- a un ala especial de nueva
construcción de la prisión de Pul-i-Charki, en Kabul, no signifique que las
autoridades estadounidenses hayan insistido en mantenerlos encarcelados a su
regreso a Afganistán. Tras su largo calvario, no merecen otra cosa que la
libertad para regresar con sus familias y empezar a reconstruir sus vidas destrozadas.
SEGUNDA POSTSCRIPCIÓN: El 8 de noviembre también supe la identidad de otro de los afganos gracias a Susan Hu, del Centro
de Derechos Constitucionales. Fizaulla Rahman, de 23 años, cuya historia
aparece en el capítulo 10 de Los archivos de Guantánamo, "dijo que fue
traicionado por un desacuerdo sobre dinero". Acusado de trabajar para los
servicios de inteligencia talibanes en Mazar-e-Sharif, dijo que un alto cargo
de los servicios de inteligencia lo había acogido como sirviente en su casa, y
que su trabajo era esencialmente una tapadera. Aunque no quiso precisar por qué
le habían acogido, estaba implícito en la descripción que hizo de su hermano y
su sobrino como "chicos jóvenes y guapos", que también habían llamado
la atención del oficial talibán".
Nota:
Los números de los prisioneros (y las variaciones en la ortografía de sus nombres) son los siguientes:
ISN 651: Osama Abu Kabir (Usama) (Jordania)
ISN 662: Ahmed Sulayman (Jordania)
ISN 761: Ibrahim Zeidan (Jordania)
ISN 977: Izatullah Nasrat (Hiztullah Nazrat Yar) (Afgano)
ISN 874: Abdul Nasir (Afgano)
ISN 955: Mohammed Quasam (Afgano)
ISN 496: Fizaulla Rahman (Afgano)
Los cuatro afganos cuya identidad se desconocía en el momento de su liberación son los siguientes:
ISN 670: Abdullah Hekmat (se describirá en un próximo capítulo en línea)
ISN 967: Naserullah (descrito en el capítulo 17 de The Guantánamo Files)
ISN 1003: Shabir Ahmed (véase Website
Extras 7)
ISN 1010: Zahir Shah (se describirá en un próximo capítulo en línea)
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